viernes, 14 de agosto de 2009

ADOLESCENCIA Y OBJETIVOS VITALES

Buhler citado por Casullo y Cayssials, (1996) expuso una teoría evolutiva del individuo donde el ciclo vital, puede ser dividido en diferentes etapas: crecimiento, desde el nacimiento hasta los 14 años; exploración, desde los 15 hasta los 25 años; mantenimiento, desde los 25 hasta los 65 años; y declinación. Durante la etapa exploratoria, la persona puede pasar por experiencias a partir de las cuales obtiene información contradictoria con sus autoimágenes, lo que origina la puesta en marcha de los mecanismos de represión, negación o distorsión, que apuntan a preservar valores o imágenes sobre sí mismos y el mundo.
La adolescencia es una etapa de transición entre la infancia y la edad adulta. Es un periodo de desarrollo biológico, social, emocional y cognitivo. (Nicolson y Ayets, 2002). Entre los 12 y 17 años, la actividad aumentada de las glándulas de secreción interna y el comienzo de la madurez parecen perturbar el equili­brio del organismo de un modo tan intenso que sufre también el equilibrio psíquico. Aquí distingui­mos dos actitudes esenciales como características: la primera se distingue por el deseo de alcanzar algo, realizar algo único e importante; la segunda se expresa en el deseo de alcanzar un objetivo autodeterminado. Ya alrededor de los 16 ó 17 años, el individuo comienza por primera vez a mirar su vida retrospectivamente, hacer un balance, mirar al futuro y decidir qué debe hacer (Buhler, 1965)
La etapa adolescente configura el periodo crítico por antonomasia. Durante esta etapa, se es más vulnerable a padecer desajustes en el equilibrio sujeto-entorno psicosocial, debido tanto a las demandas del entorno y de la propia dinámica evolutiva del sujeto, como a las características cognitivas y conductuales que determinan sus estrategias de afrontamiento a dichas demandas. La resolución de estos desequilibrios, dinamiza el proceso de evolución personal del adolescente, desde el momento que requiere que este ponga en marcha o cree los recursos personales necesarios para afrontar adecuadamente tales situaciones. Por el contrario, la incapacidad para resolver estos casos puede llevar a comportamientos desadaptados más o menos transitorios o a problemas psicológicos duraderos producidos por el fracaso persistente de los mecanismos adaptativos. (Avila, 1996).
Siendo así, la adolescencia se caracteriza por una progresiva estabilización de la personalidad; estabilización que realiza el adolescente a través de la elaboración de un orgánico proyecto de sí en torno a unos valores considerados por el sujeto como vitales para él, como más importantes para su vida; este proyecto tiene la función de unificar todas sus conductas dándoles un significado. (Moraleda, 1999)
Para Llobet, (2005), la adolescencia supone un trabajo de historización y constitución de la identidad, que conlleva a la apropiación de un proyecto identificatorio y constitución de un proyecto de vida. El proyecto de vida requiere la elaboración y consolidación de una identidad ocupacional. Un proyecto de vida da cuenta de la posibilidad de anticipar una situación generalmente planteada en expresiones como yo quisiera ser o yo quisiera hacer (Casullo y Cayssials, 1996).
La identidad que se forma está mejor definida y muchos de sus componentes pueden convertirse en proyectos de vida; si bien esto no significa que los valores y objetivos vitales sean fijos y permanentes, la identidad de la mayoría de los jóvenes comienzan a adquirir una forma consistente e integrada hacia el final de este periodo (Sarafino, 1988). Para Erickson citado por Papalia (1992) el aspecto crucial de la búsqueda de la identidad es decidir una carrera y la virtud fundamental que surge de esta crisis de identidad es la virtud de la fidelidad que puede implicar identificarse con un conjunto de valores, una ideología, una religión, un movimiento o un grupo étnico (Papalia, 1992). Los ideales, convicciones o as­piraciones capaces de dar significado unitario a toda una vida, para que operen en el centro de una personalidad con poder determinante, deben nacer sobre la sólida base de necesidades fundamentales. Valores e ideales se definen más concretamente en su poder de motivación como actitud hacia la vida, ósea, cierto modo global de sentir y evaluar la propia posición en el mundo con todas las posibles referencias intelectua­les, emotivas, sociales. (De Bartolomeis, 1978)
Así, la formación de la identidad suele ser un proceso de autodefinición. Este proceso ofrece continuidad entre el pasado, presente y futuro del individuo. Ayuda a conocer su posición con respecto a los otros y contribuye a darle dirección, propósito y significado a la vida (Craig, 2001). El adolescente alcanza un sentido de identidad cuando está razonablemente seguro de su autoconcepto, sus valores, habilidades, intereses y creencias, así como cuando sabe qué quiere en el futuro (Sarafino, 1988).Resumiendo lo anterior, particularmente en la adolescencia las esperanzas y temores se concentran en las aspiraciones en torno al yo futuro, en lo que puede llegar a ser, esa es la materia prima con que elabora todas sus realizaciones, como tal influye de manera decisiva sobre sus actitudes y conducta (De Armas, 1957).

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